Impacto Social del Desempleo
El desempleo en el siglo XXI: La construcción de un "estatus social"
Impacto Social del Desempleo
Se examina aquí el impacto social del desempleo de forma amplia, y especialmente centrada en la situación europea.
Desempleo en la Sociedad
El aumento del número de desempleados desde mediados de los años 70 no sólo refleja cambios cuantitativos. El alto desempleo es cada vez menos selectivo y las categorías sociales afectadas son más numerosas y variadas: ya no ignoramos el desempleo entre los ejecutivos o los jóvenes licenciados, aunque la masa de parados siga estando formada por antiguos obreros y trabajadores de cuello blanco poco cualificados. Los desempleados son ahora un grupo más heterogéneo.
Esto plantea la cuestión de si la percepción del desempleo y la condición de quienes lo experimentan no han adoptado nuevas formas. No existe ninguna garantía a priori de que el desempleo de la Gran Depresión o incluso de los años de pleno empleo de los Treinta Años Gloriosos sea el mismo que el desempleo que experimentan las sociedades industrializadas en la actualidad. Basta con mencionar el enriquecimiento general, el aumento de las cualificaciones profesionales, las intervenciones del Estado del bienestar y el dominio mucho mayor de los conocimientos económicos y sociales para justificar el nuevo cuestionamiento de la condición de los desempleados en las sociedades de principios del siglo XXI.
En nuestro mundo en rápida evolución, la forma en que interactuamos y construimos nuestras relaciones con los demás está profundamente conectada con la manera en que nos relacionamos con el trabajo y experimentamos el (des)empleo. La falta de trabajo tiene profundas repercusiones en la existencia cotidiana de los individuos y en la vida social en general.
El significado del desempleo varía y depende, concretamente, del modelo de empleo imperante y de las estrategias diseñadas para preservarlo. El desempleo no debe considerarse como una noción única e inmutable, sino como una "construcción social" incrustada en diferentes circunstancias históricas, políticas y espaciales. La literatura muestra que, en las sociedades capitalistas avanzadas del siglo XXI, el desempleo debe percibirse como un "estatus social" en sí mismo. Estar desempleado se refiere a un conjunto de derechos y responsabilidades que hay que cumplir, como estar excluido involuntariamente del mercado laboral/no trabajar; participar en la búsqueda activa de empleo; y estar disponible para trabajar y en estrecho contacto con una oficina pública de empleo. Estas características representan todo un nuevo tipo de riesgos para el individuo y tienen implicaciones para la sociedad ampliamente consideradas.
Evolución reciente del concepto de desempleado
La cuestión está tanto más justificada cuanto que la propia definición de desempleado ha cambiado. La categoría estadística apareció por primera vez en Francia en 1896. En los años 30, la condición de parado se reservaba a los hombres adultos que habían perdido involuntariamente un empleo asalariado en una empresa. Durante mucho tiempo, la noción de "parado" no se separó de la de pensionista, enfermo, estudiante o pobre. Los desempleados permanecían en la asistencia social, no recibían una indemnización sino una ayuda.
No es casualidad que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se hayan propuesto regularmente inclusiones o exclusiones que conducen a nuevas definiciones del concepto, si definimos sucesivamente la población desempleada que busca trabajo (P. S.E.R.E.) según la definición de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), a los demandantes de empleo mensuales (D.E.F.M.) según la definición de la Agencia Nacional Francesa de Empleo (A.N.P.E.), en datos brutos, en datos desestacionalizados, etc. Las disputas sobre estas definiciones y, en consecuencia, sobre el número de parados no se explican únicamente por el deseo de cualquier gobierno de minimizar esta cifra y el de la oposición de inflarla. Están ligadas al hecho de que la propia definición del desempleo es administrativa, de que la tasa de desempleo es un instrumento de la vida social y no del conocimiento científico y, más en general, de que la propia definición del desempleo refleja la concepción que la sociedad tiene en un momento dado del trabajo, del empleo y del no empleo.
Hoy en día, el mismo concepto se refiere a poblaciones cuya situación administrativa es la misma, pero cuya condición social sigue siendo muy diferente. La tasa de desempleo de los obreros (12,5% en 2005) y de los trabajadores de cuello blanco (10,3%) sigue siendo superior a la de los directivos (4,9%) y las profesiones intermedias (5,5%), de modo que la mayoría de los desempleados siguen siendo obreros y trabajadores de cuello blanco. Todas las encuestas revelan la extrema variedad de situaciones que se viven cuando las personas se quedan en paro, en función de sus características objetivas (edad, sexo, situación familiar, actividad profesional, nivel cultural) y de la trayectoria social que precedió a su entrada en el desempleo. No sólo las condiciones económicas reales (a veces simplemente desagradables, a veces trágicas) son muy distintas de una categoría a otra, sino que el calvario del desempleo adopta formas diferentes. Interrumpe una carrera, es decir, un proyecto profesional, todo un sistema de expectativas y aspiraciones socialmente determinadas, cuya definición está íntimamente ligada a la identidad del individuo. La experiencia del desempleo adopta diferentes formas, en función del papel que desempeña el empleo en la conformación de esa identidad. Cualesquiera que sean las dificultades económicas, e incluso cuando éstas se reducen al mínimo, la prueba es tanto más desalentadora cuanto que el individuo concedía mayor importancia a su carrera o, de forma más modesta pero igual de profunda, a su trabajo cotidiano.
Nota: Durante el invierno de 1997-1998, en Europa, los desempleados irrumpieron en la sociedad de forma colectiva y organizada. Al romper el silencio al que parecían condenados, obligaron a la sociedad a mirarles a la cara y reclamar un lugar como ciudadanos de pleno derecho. Se niegan a quedar confinados en la exclusión o en la búsqueda de trabajo. La acción colectiva de los desempleados es un poderoso recordatorio de que el desempleo es más amenazador que nunca, pero también demuestra que no tiene por qué significar la muerte social y que la resistencia organizada es posible.
La literatura hace balance de las paradojas de esta acción colectiva y de los numerosos obstáculos que ha superado. Busca en la historia de las sociedades industriales las raíces y las circunstancias de este tipo de movilización. Analiza los distintos compromisos con la "causa" del desempleo en la Europa contemporánea y las formas en que los desempleados se han organizado desde los años 70. Algunos los autores examinan las cuestiones que están en juego en esta acción, tanto en lo que se refiere a los cambios en el estatuto de los desempleados como en la relación entre el derecho al empleo y el derecho a la renta.
Resulta sorprendente observar que, en la década de 2000, la experiencia del desempleo no es fundamentalmente diferente de la de los años treinta o cincuenta y sesenta. Para la mayoría de los desempleados, para la masa de trabajadores manuales y administrativos, y para los directivos y profesionales, es el trabajo el que sigue definiendo la dignidad personal, organizando el ritmo diario de la semana y del año, y proporcionando la oportunidad privilegiada, a menudo única, de interacción social. Cuando pierden su empleo, pierden todo lo que define su estatus social y personal, y experimentan el desempleo total, caracterizado por tres rasgos: humillación, aburrimiento y soledad.
Diversidad de experiencias
Es entre las categorías sociales inferiores donde la norma del trabajo como expresión del honor personal se impone más directamente: la autoestima de las personas se basa en el trabajo. La crisis de identidad y de estatus se deriva de la identificación del honor con el trabajo y de una percepción dicotómica del mundo social, que enfrenta a los trabajadores con los holgazanes sin honor ni dignidad. La humillación se renueva y agrava con cada fracaso en la búsqueda de empleo o cuando el desempleado tiene que pasar por los inevitables trámites administrativos. Contribuye a la desorganización del ritmo diario: el trabajo solía definir el tiempo libre y darle su verdadero sentido.
El tiempo que se pasa en paro no está disponible para las actividades legítimas de ocio (pasear, leer, ver la televisión) o de retiro (jardinería, bricolaje); es un tiempo vacío que alimenta y mantiene la sensación de aburrimiento. Este aburrimiento es tanto más profundo cuanto que el bajo nivel cultural impide participar en actividades deportivas o culturales, comprender y analizar la propia situación, y la escasa integración social hace difícil compensar, al menos al principio del desempleo y temporalmente, la inactividad profesional mediante la sociabilidad. Además, esta compensación sólo puede ser temporal, ya que la humillación y las dificultades financieras limitan rápidamente cualquier sociabilidad.
En entornos sociales en los que las condiciones de trabajo, el nivel cultural y el sistema de valores que favorecían la actividad manual y práctica limitaban los intercambios verbales, la esencia de la sociabilidad se expresaba a través de los lazos de camaradería que se establecían con ocasión y como resultado del trabajo en común. El lugar de trabajo era también un centro de intercambio, un medio social. Desaparecida esta forma de sociabilidad, la mayoría vivió el desempleo como un fenómeno solitario.
Mientras que en 1932 las mujeres desempleadas no se consideraban desempleadas y se declaraban "no remuneradas pero no paradas", hoy pasan por el mismo calvario que los hombres. Las mujeres desempleadas, que habían interiorizado el estatus de la actividad profesional, se niegan a ser identificadas únicamente con el papel de ama de casa, cuyo trabajo es poco cualificado y conduce a una soledad que les resulta trágica. No es casualidad que, en todas las entrevistas con mujeres desempleadas, aparezca repetidamente la expresión "entre mis cuatro paredes": simboliza la impresión de soledad y aprisionamiento que siente la mujer desempleada que ha visto desaparecer los intercambios sociales propiciados por su actividad profesional.
En muchos casos, las mujeres solteras también se enfrentan a condiciones económicas difíciles o dramáticas. Sólo algunas jóvenes casadas con medios modestos pueden justificar no trabajar durante un tiempo, en nombre de las cargas y las alegrías de la maternidad. La experiencia de las mujeres en el desempleo demuestra que la norma del trabajo y el empleo como fuente privilegiada de estatus social se aplica ahora por igual a ambos sexos.
Los profesionales y directivos, por su parte, se esfuerzan por combatir la desprofesionalización y la desocialización propias de lo que puede denominarse desempleo "total". Adoptan actividades alternativas buscando sistemática y profesionalmente un nuevo empleo, "aprovechando" el periodo de desempleo para adquirir una formación complementaria y aumentar sus posibilidades de reincorporarse al mercado laboral. Buscando diferenciarse de los desempleados de posición social modesta, dedican su energía y sus competencias a esta búsqueda, que según ellos requiere más tiempo, capacidad y esfuerzo que incluso el ejercicio de un oficio.
Además de su justificación práctica, estas actividades, recomendadas y legitimadas por la literatura profesional, tienen el efecto de permitir a los ejecutivos desempleados mantenerse dentro de las normas y valores del mundo profesional al que aspiran. Permanecen activos en el mundo del "como si" e intentan así mantener las distancias con el papel de desempleados, desocupados y humillados, para devolver, al menos simbólicamente, el sentido a su calvario. Gracias a esta experiencia, que puede calificarse de desempleo "diferido", no experimentan el vacío y el aburrimiento del desempleo "total".
Pero su sentimiento de humillación no es menos grande. Para la mayoría de los P&MS, la carrera profesional es una preocupación constante y "hacer carrera" sigue siendo la forma preferida de autoexpresión. Sin embargo, el personal profesional y directivo no percibe su empleo únicamente en términos de remuneración inmediata, sino en el contexto de una carrera profesional, que comprende etapas planificadas destinadas a desarrollarse en un futuro organizado. Con el desempleo, no sólo se cuestiona la organización espacial y temporal cotidiana, sino todo el sistema de aspiraciones y proyecciones hacia el futuro, vinculado a la imagen de una trayectoria profesional.
Es esta trayectoria, que es también un proyecto de vida, la que el desempleo interrumpe, con el riesgo, si perdura, de desembocar en una verdadera crisis de identidad, reflejada en el sentimiento de humillación y culpabilidad. Este calvario se ve agravado por un deterioro de las relaciones sociales: aunque los directivos no experimentan el mismo declive social que los desempleados socialmente más modestos, su red de contactos se erosiona progresivamente, sobre todo porque estaba más estrechamente vinculada a su actividad profesional. La reducción de los recursos financieros y el sentimiento de humillación y marginación contribuyen a limitar, y a veces a prohibir, las formas habituales de vida social. A medida que se prolonga el calvario, aumenta la crisis de estatus y de identidad, y se debilitan las ventajas que ofrece a los P&MS la posibilidad de adoptar un comportamiento activo y voluntario. El desempleo "diferido" dura poco.
En los años 70, algunos jóvenes desempleados procedentes de medios sociales medios o incluso altos, con escasas cualificaciones profesionales, vivieron una experiencia diferente de lo que podría denominarse desempleo "inverso", porque no tenían (o tenían insuficientes) cualificaciones, o éstas eran inadecuadas para el mercado laboral (ciertas titulaciones superiores de letras). Estos jóvenes, algunos de los cuales no habían tenido ninguna experiencia de la vida laboral o sólo una exposición esporádica a ella, vivieron el desempleo como un periodo de vacaciones y adoptaron las actividades correspondientes: paseos, actividades culturales, vida social. Como no habían interiorizado las normas del trabajo, no sintieron ninguna humillación y transfiguraron el periodo de desempleo evocando su libertad y su autorrealización.
Esta transfiguración era aún más eficaz para los que justificaban su situación en nombre de una vocación artística o intelectual y participaban de las normas y valores de una contracultura en la que el empleo, en el sentido tradicional del término, estaba devaluado. Contrastando los ritmos regulares impuestos por el empleo con las exigencias de su inspiración personal, y las necesidades de la organización colectiva con la libertad de crear, se sirvieron alegremente de la condición de desempleados, alternando, en nombre de su vocación, periodos de actividad parcial y temporal con periodos de desempleo, cuyo sentido se invierte. Esta contracultura, relativamente común en los años 70, es mucho más rara hoy en día, aunque, con el tiempo, algunos desempleados consigan aceptar su condición.
Los efectos sociales del desempleo
Para la mayoría de los desempleados, sus diversas experiencias se reflejan más en una condición anómica que en una revuelta violenta o una radicalización política. Aunque la tasa de desempleo se mantiene por encima del 8% de la población activa, los parados tienen más probabilidades que el resto de la población de estar desempleados. 100% de la población activa, los parados no constituyen un grupo social animado por una voluntad colectiva y susceptible de emprender acciones políticas violentas.
La diversidad objetiva de los parados no favorece evidentemente el desarrollo de una identidad común. Pero la encuesta realizada por P. Lazarsfeld en Marienthal a principios de los años 30, en una pequeña ciudad austriaca donde la única fábrica había tenido que cerrar, demuestra que una población homogénea tampoco desarrolla una cohesión de grupo. Es poco probable que una identidad negativa constituya la base de una conciencia y una acción comunes (véase más sobre la sociología del trabajo en esta plataforma digital). Ésta es sin duda la razón fundamental por la que la acción política de las organizaciones de trabajadores desempleados en Francia sólo ha afectado a una minoría muy reducida de ellas. Es más, los más activos, o los más privilegiados, dedican toda su energía a escapar real y simbólicamente de la condición de desempleado, en lugar de asumirla o reivindicarla. Los desempleados pertenecen a la misma categoría administrativa, pero no forman un verdadero grupo social con una voluntad colectiva que pueda expresarse políticamente.
Esta situación anómica explica también por qué, si bien algunos desempleados, que eran militantes activos cuando tenían un empleo, continúan sus actividades sindicales, la condición de desempleado les impide la mayoría de las veces compensar su inactividad profesional con otras ocupaciones. Los parados que nunca han sido activos en un sindicato o partido político no aprovechan el tiempo de desempleo para iniciar un periodo de actividad militante, que no pueden realizar porque se sienten humillados y marginados. El activismo sindical e incluso partidista puede considerarse como uno de los componentes de la actividad profesional, una de las formas que adopta la integración social del mismo modo que el propio trabajo. El desempleo, sin embargo, debilita la conciencia colectiva ligada al empleo y la participación social vinculada a ese mismo empleo.
Los efectos del desempleo sobre los resultados electorales pueden ser directos (el voto de los desempleados) o indirectos (el voto de los no desempleados en función de la existencia del desempleo). ¿Existe un efecto directo del desempleo sobre el comportamiento electoral, es decir, los votantes cambian su voto debido a su experiencia del desempleo? Y, en caso afirmativo, ¿cuál sería la importancia de este cambio? ¿Podemos suponer también que la idea del desempleo, es decir, el desempleo ajeno, el conocimiento de la tasa de desempleo o, más concretamente, la presencia de familiares, amigos y vecinos desempleados lleva a muchos electores a modificar sus opciones electorales? Y, si así fuera, ¿qué significaría: un voto más a la izquierda, más a la derecha, contra el gobierno en el poder, a favor del gobierno supuestamente más competente?
Sólo disponemos de datos parciales sobre el efecto directo del desempleo. Si aceptamos los análisis de Alain Lancelot que demuestran el vínculo entre la abstención y el grado de integración social, podemos suponer que la abstención es mayor entre los desempleados que sufren un desempleo "total" o "inverso", es decir, la gran mayoría de ellos. Por otra parte, podría pensarse que los directivos en paro, que dedican toda su energía a no adoptar el comportamiento de los desempleados, no modifican sus hábitos de voto habituales. De hecho, una encuesta en profundidad, aunque realizada sobre una muestra muy pequeña (31 casos), demuestra que los parados votan de la misma manera que el resto de la población y que los cambios en su voto de unas elecciones a otras no son diferentes.
El desempleo no destruye las formas de lealtad histórica, familiar o religiosa que guían el comportamiento electoral. La mayoría de los desempleados pertenecen a categorías de población poco propensas a participar en política. El calvario del desempleo sólo puede desanimarles aún más y acentuar su tendencia a la abstención. Como, además, pertenecen a los sectores de la población más propensos a votar a la izquierda, el efecto objetivo de su situación de desempleados puede ser restar algunos votos a los partidos de izquierda, con algunos desempleados, votantes tradicionales de la izquierda, renunciando a su derecho al voto, al igual que renuncian progresivamente a toda forma de participación social, cuanto más tiempo estén desempleados, o adoptando un voto de protesta, por los ecologistas o el Frente Nacional.
Nota: Véase una definición de desempleo de desequilibrio en el diccionario y también más información relativa a desempleo de desequilibrio.
La relación entre el desempleo y la opinión pública no es menos compleja. Las encuestas realizadas por los institutos demoscópicos muestran que la opinión pública no cambia como consecuencia directa del número global de desempleados, sino que los despidos masivos en una región determinada, anunciados por los medios de comunicación a escala nacional, llevan a la opinión pública a considerar importante la lucha contra el desempleo. También podemos ver que al elegir a un presidente de izquierdas en 1981 y darle una fuerte mayoría parlamentaria, los votantes esperaban que pudiera ayudar a resolver el problema del desempleo, y que en las elecciones posteriores abandonaron esta esperanza. En otras palabras, el efecto del desempleo en las elecciones sigue estando mediado por una serie de otros factores, tanto de naturaleza económica como política, a pesar de que hoy en día se suele juzgar a los gobiernos por su capacidad para reducir el desempleo. El desempleo por sí solo no tiene un efecto directo y simple sobre los resultados electorales.
Las actitudes hacia el desempleo no pueden entenderse aisladas de las actitudes hacia el trabajo y el empleo: es el significado que se da al trabajo y a su forma privilegiada en nuestras sociedades, el empleo asalariado permanente, lo que da sentido al periodo de desempleo. En las sociedades productivistas, el valor otorgado al trabajo, heredado de la triple tradición de la enseñanza de la Iglesia, del pensamiento liberal y de los teóricos socialistas, no ha cambiado fundamentalmente desde los años 1930. El empleo y la cualificación siguen determinando la posición de un individuo en la sociedad, en relación consigo mismo y con los demás, y definiendo su identidad personal y social. El hecho es que los desempleados experimentan diferentes condiciones sociales y pertenecen a diferentes grupos sociales, por lo que el desempleo no es sólo un indicador, sino una condición que es experimentada y utilizada de forma diferente por los distintos grupos sociales.
Cuál crees que es el principal efecto social del desempleo?
El desempleo tiene un impacto profundo en la identidad y el estatus social de las personas, especialmente en las categorías sociales más bajas, donde el trabajo es visto como un pilar de honor y dignidad. La falta de empleo no solo genera una crisis económica, sino también una crisis emocional y social. La humillación y la pérdida de autoestima son comunes, agravadas por los fracasos repetidos en la búsqueda de empleo y los trámites administrativos. Esta situación desestructura el ritmo diario de las personas, eliminando la claridad entre el tiempo de trabajo y el tiempo libre, lo que afecta negativamente su bienestar general.
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